Que parajes de verdor y
armonía. La Cuesta
del Reventón, el alboroto de la gente del coro, los ciclistas sin cesar subiendo la vereda. El conocer
lugares nuevos, sin mas motor que nuestros zapatos y la voluntad de la
convivencia, la vida sana y la cultura.
Que lugar tan hermoso. El
camino de cipreses hasta la iglesia, las palmeras del pequeño cementerio eremítico.
Las trece ermitas: doce por los apóstoles y una por la Magdalena. Que
mundo aquel de oración, contemplación y silencio.
Que visita, para no
olvidar los cuarenta que fuimos. El Guía, Pedro, amable y lleno de anecdotas e
historias hermosas, como la suya propia, pues era hijo de uno de los monjes que
dejo la vida retirada, por la vida pública.
Que inmenso mirador sobre
toda Córdoba la llana... Luego vuelta por la Cuesta de los Pobres. Alguna se le escapo una
liebre montañera. En fin cosas del andar, que te encuentras en las cuestas
hacia arriba y hacia abajo, como la vida misma. Y ágape convivencial en nuestra
sede, con los pies cansados, pero con los ojos llenos de naturaleza y el cuerpo
con apetitos.
Para repetir y como decía el
poeta: “que descansada vida aquella que huye del mundanal ruido”. Hermosas las
Ermitas como blancas palomas en la sierra cordobesa… Y un coro que camina.
D.G.M.