miércoles, 25 de agosto de 2010

Dieron las nueve, y la torre de San Andrés volteó, coqueta, sus campanas...

Y antes de dar las nueve, entre la primera y la última de las llamadas a la Santa Misa, la tensión se hizo notar a flor de piel, ya nadie sabía donde estaba nada, ni nadie sabía lo que debía hacer, ni tan siquiera creíamos, todos y cada uno de nosotros, que fuese posible hacer brotar la voz de nuestra gargantas...

Pero las campanas cumplieron su tercer toque, las agujas del reloj formaron un perfecto angulo recto en que la más grande quería acercarse a Dios señalando las doce y la pequeña de las agujas se quedaba, señalando las nueve, más cerca de nosotros, para invitarnos a entrar en el Templo.

Nuestros niños, a los que hemos querido siempre hacer el centro de nuestras más importantes participaciones en la Eucaristía, se adentraron en la iglesia en que se bautizaron y en la que algunos de ellos ya han recibido su primera comunión. Pero se adentraron en pos de la imagen de María para poner, a sus pies un sencillo ramo de margaritas blancas, como sus almas.

Tras ellos, lento, orgulloso de llevar en su centro la imagen de la que ha sido nombrada como Casa de Dios, nuestro Simpecao precedía a un grupo, a un coro que creía no poder emitir nota musical alguna hasta que Angel, nuestro director, con la mano firme y segura del que sabe lo que hace, hizo que los primeros acordes de una hermosa plegaria intentasen acariciar las almas de los adamuceños allí reunidos para, juntos, llegar hasta Dios de la mano de María, de María Santísima del Sol.

Os puedo asegurar que todo lo que, unidos, pudimos vivir aquel catorce de agosto durante la celebración de la Sagrada Misa puede tener muchos adjetivos pero se, y creo no equivocarme, que todos y cada uno de los que pudimos enriquecernos con aquella Eucarístía, tenemos un adjetivo, una forma íntima para archivarlo en nuestros corazones...

Nuestro Bendito Simpecado representa a María en nuestras vidas y la esculpe en nuestras almas y nos acompañará, como merece, con todo el honor que seamos capaces de ofrecerle, por esos caminos de Dios. Esos que, al principio de aquella bien vivida Eucarístia, pedimos a María que nos deje vivir...




viernes, 13 de agosto de 2010

A un sólo día de un día grande...

Mañana, cuando en el reloj que marca las horas en nuestra villa de Adamuz suenen las nueve de la tarde..., cuando las campanas de la Parroquia de San Andrés Apóstol echen sus badajos al viento y repiquen en su tercer toque, nuestro Simpecado, portado por su coro, avanzará, lentamente, por entre los arcos románicos de transición a gótico que soportan la techumbre del templo...

Habrá llegado el momento...

Se cerrará un ciclo de ilusiones y sueños para dar paso a una etapa de hermosas realidades. Realidades en que la vida de este coro tendrá nuevas metas... por y para la Señora. El molino de nuestra existencia como grupo no se detendrá gracias al continuo paso del agua cristalina. Agua que, purificada por el Sol que nos alumbra, hará, entre otras cosas, que veamos, cada día, más claro el camino hacia Dios.

Mañana, será... un día grande, un día para recordar y contar a generaciones venideras. Será un día de llegada y un día de partida. Un día en el que, todos, creceremos interiormente para poner nuestros talentos al servicio de este hermoso grupo que, a cada momento, alimentamos y mimamos. Un día en que nuestros corazones se harán uno sólo por la fuerza de las emociones sumadas, por la fuerza de... la mirada de la Madre.


Por eso, os quiero dar mi más sincera enhorabuena a todos. Por ese grano de arena que habeis aportado, cada uno, para que el día de mañana tome forma.

Se que no todos hemos cantado en el mismo tono, pero no importa. Los que habeis estado al pie del cañón y os habeis hecho partícipes de todo y en todo, mañana os sentireis orgullosos de haberlo conseguido... y de buen seguro que, jamás, podreis olvidalo. A los que sólo habeis podido o querido ser meros espectadores, deciros que, de verdad, vale la pena estar pero es mucho más gratiticante, ser.

Estar en este grupo humano es bonito, la verdad, pero os prometo que ser de este coro, si me lo permitís, es todo un privilegio, algo a lo que muchos de nosotros hemos optado y aceptado como nuestro.

Creo que no me queda nada más que deciros por hoy, mañana... será otro día.

De todo corazón, gracias por hacerme vivir algo tan grande como de lo que vamos a ser, TODOS, testigos de excepción, invitados de honor.

Siempre, a vuestra disposición...

Por cierto, ¡qué hermosa está la Virgen! ¿verdad, romeros?

Andrés
Gracias, Señora, por el fruto de nuestros campos, oro amarillo que alimenta las vidas de nuestro pueblo.

¡Viva la Reina de los adamuceños!
¡Viva María Santísima del Sol!